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Reportaje a Cristina Wargon: “Primero tenemos que nutrirnos con conocimientos y después tenemos que buscar el camino para ser felices”

Entrevisté a Cristina Wargon, una mujer lúcida y sagaz como una daga. Era una de las tardes más frías de junio cuando encendí la cámara del zoom. 
(Por Elízabet Aleo)


Una cuando entrevista a una personalidad que no lo había hecho antes, siente lo mismo que cuando hablás con cualquier persona. Un cierto vértigo, tenés que pensar cómo se van a deslizar las palabras, y por lo general, los periodistas recurrimos al archivo. Tarea que siempre realizo al pie de la letra. Pero una vez que empezás a hablar, justamente las palabras comienzan a deslizarse para donde quieren. Lo primero que me preguntó Cristina cuando me contacté, es desde dónde le estaba hablando. “Desde el Gran Buenos Aires, Argentina”, contesté. Y ella me dijo “Ahh… yo estoy en las Sierras de Córdoba”.

Y en ese momento, mil y una imágenes vinieron a mi mente. Recordé esas hermosas temporadas que pasé en la provincia mediterránea, con esa magia, ese aire misterioso, ese abrazo eterno, esos arbustitos achaparrados, ese cielo límpido, esas sierras emergiendo como de un sueño vívido cuando desperté en el micro del viaje de Egresados y nos quedamos con la ñata contra el vidrio mirándolas asombrados. 

Y también recordé, como esas diapositivas que se proyectan, unas casitas prístinas, con las paredes muy blancas y los tejados con aleros colorados. Y en la puerta, un detalle muy curioso: como las casas en su mayoría aun no tienen los muros carcelarios que sufrimos en Bs. As, no tienen timbre. ¿Cómo hacen para llamar? 

Tienen un “sombrerito” del tubo de gas de 45 kilos, colgado cerquita de la puerta, con una cadena que se tañe a modo de campana cuando se quiere ver a alguien en especial.  Le conté esa foto mental que me alcanzó en ese momento y me dijo “no, acá no tengo ese llamador, pero sí es muy característico. ¿Y sabés por qué te fijaste en eso? Porque sos mujer. Las mujeres somos detallistas. Si hubieras sido hombre, probablemente ni lo hubieras notado”.

Así comenzamos nuestra charla y Cristina me comentó que entró a la Universidad a los dieciséis años, pero decidió cortar, casarse y seguir a su marido a Corrientes. Luego volvió a Córdoba con dos hijos y terminó la Universidad. Trabajó de celadora en el Dalmacio Velez Sarfield y recién ahí la llamaron del diario Tiempo de Córdoba, para el Suplemento Cultura. Allí le hizo reportajes a Berni, Borges, y miles de personalidades más.

-Contame de Borges! Georgi, para los cercanos.

-Ay, realmente estaba enamorada de Borges. No lo puedo llamar Georgie, porque no soy cercana, pero era realmente un ser encantador. Un amor platónico. En esa época había muy buenos y talentosos escritores, todos lo eran. Pero tuvieron un problema: fueron contemporáneos a Borges. Él los eclispsó a todos. 

Cuando llegó la democracia en el 83, el director de Radio Nacional se contactó con ella para hacer “Chocolate por la Noticia”, un programa de humor y noticias. Luego comenzó a colaborar con Hortensia y la revista Humor, pero con el Menemismo se terminó todo y llegó a Buenos Aires. 

Charlamos de todo con Cristina, como si ya estuviéramos con un café de por medio, sobre Sábato, Cortazar, la Pizarnik. También me contó que le gusta la pintura. Le hablé de Frida Kahlo y aproveché para tirar la pregunta de rigor…

-¿Sos una mujer empoderada?

-Ayyy qué fea palabra! No me gusta la palabra ‘empoderada’. En general no me gustan esas nuevas denominaciones, ni el lenguaje inclusivo. Pienso que nuestra lengua es muy rica y se pueden poner las palabras justas en el momento justo, si lo sabés hacer, sin recurrir a esos modismos. Soy una mujer que hace humor.

-¿De qué trata el humor de las mujeres?

-El humor de las mujeres es un humor costumbrista.

-Costumbrista, ¿como folklórico? Porque nosotros tenemos nuestros escritores y humoristas costumbristas en Buen Humor, y hacen cosas relativas al campo.

-No, costumbrista como de costumbre. Cosas cotidianas, reírnos de nosotras mismas y de las cosas de los hombres. Un ejemplo te puedo decir: Maitena. Así como vos te fijaste en la campanita de las puertas, así las mujeres somos detallistas y nos fijamos en esas cosas que los hombres no. Y escribimos sobre eso. Los hombres tienen esa cosa de despistados y necesitan que una los ayude. Bah, en ese sentido, yo soy como una mamá: siempre los consiento, los consuelo como niños. Des eso hablo y escribo yo, también escribí una obra de teatro: Acaloradas.

Ya mientras iba promediando la charla, le comenté que me interesaba mucho la literatura porque la fanática de literatura es mi vieja, que me leía a Borges antes de que aprendiera a caminar. Ella lo llamaba “Georgie”, aunque no era cercano, para ella lo era. “Ya me parecía”, soltó la Wargon. Me mira a través de la cámara, se acomoda y me dice, como cuando está por terminar la hora en el psicólogo: “Ya sabía que detrás de tuyo había una gran mujer. Sólo una gran mujer te puede poner tu nombre, Elízabet. Y me parece que ya tenés todo para ser feliz. Porque uno en su camino, primero tiene que aprender, mamar toda la cultura, todos la lietarura, todos los conocimientos. Y eso vos ya lo tenés. Ahora tenés que dedicarte a buscar el camino para ser feliz”.

Me quedé sintiendo esa electricidad que te eriza los vellos del brazo. Una ahí, dándole vueltas al asunto con esto y lo otro, y una mujer enorme, iluminada y genial como la Wargon te tira una frase así, realmente te da ese combustible para seguir. “Empoderada”, aunque ella odie esa palabra. Una mujer que se planta, que dice lo que piensa sin más, una amiga, una madre, una que sabe de qué se trata esto de la vida.  Una sorpresa que te brinda gratamente este oficio de ser periodista. Simplemente gracias y un enorme abrazo te mando, querida Cristina!



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