Por David Aguirre
Con todo el vértigo del sub-subgénero de noticias sobre vacunas (número de vacunados, viajes para traer vacunas, recibimiento del viaje, distribución, mantenimiento, primer vacunado, etc., etc.) quedó silenciado el tema de la tecnología que se está aplicando en las nuevas vacunas contra el coronavirus y la realidad es que estamos ante una verdadera revolución, tal como fue el descubrimiento de la penicilina, el radio o la misma primera vacuna contra la viruela.
Se da otra paradoja: sin la magnitud de la actual pandemia, es posible que la nueva tecnología del ARN mensajero, que promete más vacunas y tratamientos, no hubiera llegado a desarrollarse o testearse adecuadamente y hubiera quedado en un proyecto ambicioso a larguísimo plazo.
Pero los gobiernos y las empresas están más que dispuestos a desembolsar cifras delirantes de dinero para controlar la situación. La investigación y el desarrollo siempre fueron caros y la velocidad que permite este estímulo material es impresionante.
Con el éxito de las vacunas de Moderna y Pfizer/BioNTech se abre la posibilidad de aplicar esta nueva tecnología a otros padecimientos, no solo virales sino también hasta parasitarios. Muy sencillamente, lo que hace el ARN mensajero es preparar al sistema inmunológico para que enfrente a un virus (o cualquier otro organismo con material genético) que no llegó ni llegará a conocer en persona.
Al contrario que los desarrollos tradicionales, aquí no se necesitan cultivos vivos, con lo que se ahorra en instalaciones, material y sobre todo, tiempo. Ya se estudia aplicarlo a 30 infecciones diferentes. Contra varios tipos de gripe, esta tecnología incluso mejora la respuesta de las vacunas tradicionales.
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